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EL OBISPO ROMERO

El servicio episcopal de Monseñor Romero duró menos de 10 años. Del 21 de abril de 1970 al 24 de marzo de 1980, Y se realizó en tres etapas: Primero como Obispo auxiliar de San Salvador, segundo como Obispo de Santiago de María y finalmente como Arzobispo de San Salvador.


En San Salvador, fue auxiliar de Mons. Luis Chávez y González, que desde 1938 pastoreaba la Arquidiócesis y que tenía desde 1963 a Mons. Arturo Rivera Damas también como obispo auxiliar y fiel colaborador suyo.


Se conocen los apuntes de Monseñor Romero cuando hacía su retiro espiritual antes de ser consagrado Obispo. Son de alguien muy consciente de su tarea, de su personalidad y

del ambiente al que venía. De alguien, además, con intensos deseos de ser fiel al Señor, y muy exigente consigo mismo. (cfr. Oscar Romero, Biografía, de J. Delgado, p. 45-47)


Entraba en la Arquidiócesis, en un ambiente eclesial muy diverso al que había experimentado en San Miguel. Pero no era desconocido para él, pues ya había vivido en

San Salvador desde 1967.


Por su carácter tímido y su personalidad perfeccionista Mons. Romero tuvo grave dificultad para encontrarse a gusto con los sacerdotes arquidiocesanos. Algunos de ellos eran bastante liberales para la mentalidad tradicional de Monseñor. Poco fue a las reuniones de clero. Y por diversos motivos se fue aislando. Sin embargo un grupo de sacerdotes de su estilo se reunían con él para convivios y estudios queriendo ponerse al día con los Documento del Concilio y otros. Asistía el entonces secretario de la Nunciatura y hoy Cardenal australiano Edward Idris Cassidy.


Con el Arzobispo tenía buenas relaciones y se estimaban mutuamente. Los dos eran sacerdotes íntegros, de devoción tradicional, muy trabajadores, muy exigentes consigo mismos, amantes de su vocación y de la Iglesia. Mons. Chávez, al haber participado en el Concilio y en Medellín estaba más abierto y entusiasmado con ese espíritu nuevo. Con Mons. Rivera, el otro obispo auxiliar de San Salvador, lo distanciaba la pastoral. Mientras Mons. Rivera era un decidido promotor de las líneas de trabajo de “Medellín” con las comunidades de base, la opción por los pobres, el protagonismo de los laicos, el diálogo con el mundo, Mons. Romero tenía bastante desconfianza de las aplicaciones concreta de ese Documento.


En consonancia con sus cualidades y preferencias, a Mons. Romero le encargaron la atención de los M.C.S. del Arzobispado: el semanario “Orientación” y la radio YSAX. A través de esos medios el Obispo auxiliar difundió su visión de Iglesia y atacó grupos y acciones en la Arquidiócesis que no cuadraban con su pensamiento. Eso dividió a sacerdotes y fieles de la Arquidiócesis: unos en contra y otros a favor suyo.


Entre los laicos de Movimientos, sobre todo de Cursillos de Cristiandad, y en otros ambientes eclesiales y sociales encontró Monseñor simpatía y amistad. Varios de ellos lo acompañaron fielmente después cuando era ya Arzobispo y era difamado, como el caso de Pepe Simán y otros.


Fueron tiempos difíciles para la Iglesia que buscaba encontrar el camino correcto después del Concilio y en la aplicación de Medellín. También fueron difíciles para Mons. Romero, y tal vez, los años menos felices de su vida sacerdotal.



El 15 de octubre de 1974 Mons. Romero fue nombrado Obispo de Santiago de María. Escribió en Orientación: “Esta confianza del Papa… debe interpretarse también como el más solemne respaldo del magisterio de la Iglesia a la ideología que ha inspirado las páginas del periódico bajo esta dirección; y constituye… la ruta a seguir.” Se sentía satisfecho de su misión.


Tomó posesión de su nueva Diócesis, a la que llegaba como Obispo propio, el 14 de diciembre de 1974. Allí permaneció durante dos años y dos meses. Fue tiempo fecundo y feliz. Tal vez el más agradable de su ministerio episcopal. Una Diócesis pequeña, de trato persona a persona con su poco clero, una ciudad amigable y un clima agradable… todo favorecía para que Monseñor Romero se sintiera a gusto y tomara iniciativas bien personales, como poner un megáfono en su carro y salir a cantones y caserío predicando así. O el caso de abrir templos y su misma casa de Obispo a los cortadores de café que dormían a la intemperie.


Pero también fue tiempo de crecimiento y de apertura. En el libro. “En Santiago de María me topé con la pobreza” del P. Juan Macho, que era parte del presbiterio de aquella Diócesis, se cuentan los “encontronazos” y diálogos entre Monseñor y algunos de sus sacerdotes. La toma de decisiones dialogada. La apertura de criterios ante la pastoral. Y las experiencias dramáticas del contacto directo del Obispo con los campesinos mal pagados y mal tratados en las fincas de café. Y con la violencia ejercida contra los pobres por parte de la guardia nacional de entonces.


Monseñor Romero fue asumiendo nuevas realidades sociales y fue respondiendo con nuevas actitudes pastorales. Era la misma persona, con su misma fe y teología, pero con nuevo “escenario”, nuevo rol pues él era el Obispo y nuevas exigencias del Señor y del Magisterio para él. En Santiago de María fue creciendo en sabiduría y gracia.

Llegó el día en que lo llamaron de la Nunciatura. Era para decirle que el Papa Pablo VI lo había escogido como nuevo Arzobispo de San Salvador. Era el 3 de febrero de 1977.

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