El Padre Oscar Romero pasó casi 25 años en San Miguel. Vivió allí todo su período sacerdotal. Llegó de Roma en diciembre de 1943 ya ordenado sacerdote. Salió de allí rumbo a San Salvador en septiembre de 1967. Lo habían nombrado “Monseñor” y secretario de la Conferencia Episcopal.
Sólo tuvo dos “destinos”: Por unos meses fue enviado a Anamorós, en el departamento de La Unión. Después fue nombrado Párroco en Santo Domingo de la ciudad de San Miguel. De allí no salió, sino que fue acumulando cargos y tareas pastorales, pues el Obispo vió sus cualidades y los migueleños fueron conociendo su bondad, su elocuencia y su espiritualidad como sacerdote.
Fue secretario del Obispo, encargado de terminar la construcción de Catedral, promotor de la devoción a la Virgen de la Paz, Director del periódico diocesano “Chaparrastique”, fundó asociaciones para mujeres y hombres y los Alcohólicos Anónimos. Fue asistente espiritual de los jóvenes de Acción Católica, de los Cursillos de Cristiandad, de la Legión de María, la Guardia del Santísimo, el Apostolado de la Oración y otros grupos. Y también confesor de varias congregaciones religiosas.
En su vida espiritual era cuidadoso, detallista, exigente consigo mismo. Seguía con determinación la formación espiritual tradicional recibida de los Jesuitas: constancia en la oración, búsqueda de recogimiento, cumplimiento de los deberes litúrgicos, frecuente examen de conciencia, vigilancia en los pensamientos y disciplina en la acción, confesión semanal, rosario diario, ayunos y penitencias. Tenía un alto ideal del sacerdocio y quería ser santo.
Por supuesto tanto trabajo y el tiempo dedicado a la oración, aunado a un estilo de vida sobrio y hasta pobre, le “pasaba factura”. Tuvo que aceptar largos períodos de “vacación” obligatoria, tratamiento médico para el asma que le volvía y sicológico por su temperamento nervioso y las ansiedades que padecía.
Trabajos y amigos nunca le faltaron. Se entretenía en la calle hablando y bromeando con los pobres, a quienes asistía con cariño y prontitud. Algunas personas que le hacían regalos, se molestaban con él porque todo lo daba a los necesitados. Pero también tenía enemigos por su “celo” católico en los M.C.S. contra los enemigos de la Iglesia y los que abusaban de los pobres. Hasta entre el clero migueleño lo criticaban por ser demasiado exigente en la vida sacerdotal. Pero los fieles migueleños lo hicieron su sacerdote favorito!
El Padre Romero fue feliz en San Miguel. Le costó dejarlo. Siempre recordó con nostalgia y alegría ese período de su vida, mantuvo sus amistades, la devoción a la Reina de la Paz y el estilo de sacerdote sencillo de provincia. Los migueleños siguen guardando al P. Romero en su corazón.
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